miércoles, 22 de septiembre de 2010

LA TÈTE EN FRICHE


Mis tardes con Margueritte es de las películas que dejan poso. Son películas tranquilas en las que apenas sucede nada pero en las que, en el lapso de hora y media que duran, consiguen un cambio monumental en el protagonista.

Si a eso añadimos que habla del poder de las palabras y de la literatura, que está protagonizada por una pareja atípica (suelen gustarme estas películas: 10 Items or Less, Lost in Translation, Sang Woo y su abuela, Estación Central de Brasil...) y que aparece una abuelita, con la adoración que les profeso (en ese sentido tengo cultura africana: creo aún que la vejez es un valor y que se puede aprender tanto de las personas mayores; me gusta compartir mi tiempo con ellos y pienso que es un privilegio que ellos se tomen el suyo para hablarte y contarte anécdotas e historias), está claro que la película, como dice mi amiga cubana Elvira, "me privó".

Sí, volví a casa un poquito más reconciliada con la vida y esperando poder vivir pronto una relación así. Porque como dice Germain, encarnado por Depardieu, al final de la película: "en las historias de amor hay mucho más que amor". Y la historia de amor de este infeliz analfabeto que es Germain y la dulce y cultivada viejecita Margueritte, como la historia de The Dream Watcher, de Barbara Wersba (ninguna editorial española ha comprado aún los derechos de esta novela que considero paralela a El guardián entre el centeno), es de las que contienen mucho más que amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario