Mis tardes con Margueritte es de las películas que dejan poso. Son películas tranquilas en las que apenas sucede nada pero en las que, en el lapso de hora y media que duran, consiguen un cambio monumental en el protagonista.
Si a eso añadimos que habla del poder de las palabras y de la literatura, que está protagonizada por una pareja atípica (suelen gustarme estas películas: 10 Items or Less, Lost in Translation, Sang Woo y su abuela, Estación Central de Brasil...) y que aparece una abuelita, con la adoración que les profeso (en ese sentido tengo cultura africana: creo aún que la vejez es un valor y que se puede aprender tanto de las personas mayores; me gusta compartir mi tiempo con ellos y pienso que es un privilegio que ellos se tomen el suyo para hablarte y contarte anécdotas e historias), está claro que la película, como dice mi amiga cubana Elvira, "me privó".
Sí, volví a casa un poquito más reconciliada con la vida y esperando poder vivir pronto una relación así. Porque como dice Germain, encarnado por Depardieu, al final de la película: "en las historias de amor hay mucho más que amor". Y la historia de amor de este infeliz analfabeto que es Germain y la dulce y cultivada viejecita Margueritte, como la historia de The Dream Watcher, de Barbara Wersba (ninguna editorial española ha comprado aún los derechos de esta novela que considero paralela a El guardián entre el centeno), es de las que contienen mucho más que amor.
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