Dos hombres en escena: el GENERAL GLOSTER, sucio, desmejorado y abatido; y el SOLDADO PYLE, de piernas deshilachadas, corte de pelo militar y amplia sonrisa rota.
GLOSTER- Piensa en tu hijo.
PYLE- Hace un calor extremo. Los dientes te duelen. Hay compañeros muertos, sus cuerpos intactos, por el camino que seguimos. Hay huellas de pies, de botas. Nos dicen cómo algunos se retiraron de los pueblos a la vera de los caminos, y de los caminos a los barrancos, lanzando sus armas. (Pausa.) Debo evitar pensar.
GLOSTER- En las circunstancias del combate no siempre es posible determinar con seguridad lo que ocurre con un soldado en particular o con grupos de hombres. (Pausa.) Especialmente de noche.
PYLE- desaparece río abajo llevado por la corriente, que arroja hojas sobre su cuerpo. Nos quedamos en la orilla, sin atrevernos a cruzar el río, temerosos que la corriente baje de repente otro cuerpo y sintamos sus brazos chocar contra nosotros. Sus muslos. Nos quedamos en la orilla, temerosos que la corriente le tumbe boca arriba y nos muestre sus ojos abiertos.
PYLE- Retrocedemos. (Pausa.) No es nuestro primer cadáver, pero sí la primera vez que no comprendemos qué hacemos ahí.
GLOSTER- Nunca me he rendido.
PYLE- Miles de bengalas de todos los colores surcan el aire. Todo el horizonte está iluminado como si fuera de día. Por el cielo vuelan enormes bandadas de pájaros atemorizados por el zumbido y el tronar de las explosiones. (Silencio.) Y de pronto, uno cae en la cuenta de que estamos en primavera. A través de los escombros llega el perfume de los árboles sin dueño.
GLOSTER- No rendirse nunca es lo importante.
PYLE- ¿Qué hacemos aquí? (Oscuro.) Intactos, por el camino que seguimos. Hay huellas de pies. (Silencio.) No comprendemos que hacemos ahí.
GLOSTER- Lo importante es no rendirse nunca.
(Silencio.)
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