viernes, 6 de mayo de 2011

LA VIDA NO ES TAN COMPLEJA COMO PARECE





Drexler entra solo y sin dudar canta y toca la guitarra a pelo, sin micros de por medio. Acaba de salir al escenario y sólo ha sonreído pero poniéndose frente al público y tocándole como un susurro, en medio minuto le ha ganado el corazón.
Yo miro a mi padre, que está sentado a mi lado y de repente la vida no me parece tan compleja: de repente la vida es sencilla; es la música de Drexler, la gente cantando, la emoción de saber que mi padre piensa lo mismo que yo: las letras, como piedras, hacen asomar lágrimas y por eso me siento feliz y afortunada por las cosas bellas como ésta que tiene la vida.

Drexler, del que me he ido enamorando durante el concierto, canta Guitarra y vos. Vuelvo a mirar a mi padre; él tocaba la guitarra de joven, era moreno y guapo como Drexler. Entonces hago asociación de ideas, de música, de sentimientos y pienso en César, mi guitarrista, y en Tarifa, que me tocó la guitarra la noche que nos conocimos y de ahí que medio me enamorara de él, porque hizo que recordara las madrugadas de acordes con César y que recuperara ese amor perdido en un lugar de mi memoria. (Después el amor perdido sería él, pero antes de que eso pasara me regaló a Drexler. Gracias a él, pues, me encontraba esta noche en el concierto con mi padre y he vivido uno de los momentos más bonitos.)

Esto debería ser una crónica de la actuación del cantautor uruguayo, una reseña en la que comentara lo grande que es improvisando versos Alexis Diaz Pimentón, uno de los invitados a participar en el concierto, por ejemplo; pero la mejor crítica es quizá la que he hecho: el amor sentido antes y durante Drexler; el amor que vendrá después. (Y que algunas veces seguirá con sus canciones como banda sonora.)

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