lunes, 1 de noviembre de 2010

LOS DOMINGOS MALDITOS


Hoy he instaurado una nueva tradición en mi vida y la he bautizado como "Los domingos malditos". (Porque aunque sea lunes, al ser festivo se siente como domingo.) Las tardes de domingo, sobre todo ya hacia el final de estas, suelen ser raras si uno anda en casa. Por eso hoy, acordándome de aquellos escritores malditos a quienes gustaba sentarse en bares escogidos y escribir, copa en mano, he decidido emularlos. Mi copa se reducirá a un cacaolat a lo sumo, que tiene poco de maldito, pero lo importante es salirse de esas tardes de domingo difíciles a veces; lo importante es sentarse en un bar y hacer tuya la mesa en la que vacías el bolso de bolis y libretas, hacer tuyo al camarero, que la próxima vez te sonreirá, hacer tuya y fructífera, en definitiva, una tarde de domingo.

He empezado hoy, y me ha acompañado una amiga. Me he puesto guapa, que ésta es otra de las condiciones de "Los domingos malditos": intentar parecerse a Maria Elena, aunque yo no fume y diste mucho de ser Penélope Cruz. El bar elegido era maravilloso y, con un zumo de tomate cada una (bien aliñado con su sal y pimienta y limón), he escrito algo y reído mucho.

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