domingo, 14 de noviembre de 2010

SOY UN ORNITORRINCO



Que los pollos al ast del domingo con los amigos se hayan reincorporado a mi vida es algo que convierte ese día en uno de mis favoritos. Comer con los míos es algo de lo que más disfruto. Quizá porque recuerdo los domingos en casa de mis abuelos con mis tíos y primos, y recuerdo los domingos en casa: los croissant del desayuno y el vermú al mediodía lo hacían un día especial. Recuerdo también algún domingo comiendo enfadada porque echaban una película en la tele que quería ver, y en casa se prohibía ver la tele mientras se almorzaba, porque las comidas se entendían como un momento de comunión. (Entonces lo encontraba absurdo, ahora doy gracias a mis padres que se empeñaran en ello.) Ahora los domingos que merecen la pena son aquellos en los que quedo con mis hermanos para comer, y después nos echamos en el sofá peleándonos en broma por conseguir el mejor rincón para echar la siesta, tirándome encima de mi hermana o molestándome ella a mí, dormitar, hacer un comentario si hablan de mí creyendo que estoy dormida, reírnos todos por ello... Los domingos que merecen la pena son domingos como el de hoy: han venido unos amigos y hemos seguido religiosamente todos los pasos. Vermú en la galería, almuerzo a la mesa, sobremesa larga con risas (gracias a un juego sobre animales que ha propuesta una amiga, hoy he descubierto que soy un ornitorrinco: quisiera ser sabia como una tortuga y la gente me ve independiente como un gato, pero en realidad soy una rara avis, como un ornitorrinco) y luego unos que marchan y otros que se quedan y se echan la siesta en el sofá mientras recoges la mesa y lavas los platos.

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