"Sonrío y comprendo en un instante que mi vida está donde me lleve la música. Y la música siempre me llevará al amor, a la elección correcta, a hacerme ver que no me equivoco cuando siento algo tan intensamente que quiero salir y conquistar el mundo.
Llego a la puerta de casa, respiro profundamente,
sonrío, me dejo empapar por la fina lluvia que no ha dejado de calarme
lentamente. Y mientras las gotas caen por mi piel pienso que la vida, al fin y
al cabo, es como el viaje de una gota de lluvia: nunca sabemos dónde vamos a ir
a parar, pero sí tenemos la posibilidad de elegir quiénes serán los compañeros
con los que hacer el viaje." El insólito viaje de una gota de lluvia, María Villalón.
Esta es la historia de una rondeña a quien la suerte le daba una de cal y una de arena. Pero la vida confía en ella y en su don, y cada vez que parece que su camino es otro, de nuevo los hados construyen un puente para que cruce al otro lado. La arena y la cal.
María es música, arte y, sobre todo, esa bondad de la que hablaba Machado. Y quienes la conocemos, quienes hemos trabajado con ella y compartido momentos, lo sabemos. Mis recuerdos de María me provocan una sonrisa y llenan de afecto mi corazón: la cena con sus padres y hermana tras la presentación de su novela en Madrid (¡que pagaron ellos!); la vez que le cantó a mi padre (enfermo) por el móvil tras un concierto...
La primera vez que me hablaron de ella y descubrí, por Internet, que tras ganar un concurso televisivo y grabar un cedé no se le habían caído los anillos por trabajar en un McDonald's cuando fue necesario el sustento de otro modo, supe que quería editarla; una persona así merecía la oportunidad. La cal es que creamos algo bonito, una novela que ella escribía con mucha fuerza de voluntad en los trayectos en tren que la llevaban al trabajo. Volvió a componer. A cantar. Y el libro funcionó bien, y ella se recorrió casi todos los FNAC de la península poniendo, de nuevo, todo su empeño. La arena llegó tras algunos años: el libro se destruyó, la música era una pared gruesa sin puertas y ella marchó a Escocia a encontrar su norte. De nuevo, la vida le tendió la mano, volvió a susurrarle: "No te rindas".
Y aquí está, de nuevo. Porque María merece la felicidad.
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