lunes, 17 de septiembre de 2018

EL PECADO DE SER MADRE

Hay un momento crítico en la vida de una mujer en el que su carrera profesional, su cuerpo y sus aspiraciones cambian por completo: el día en que se convierte en madre. Puede parecer un cliché, pero cuando tu metabolismo se rebela y estás exhausta, dedicada solamente al hogar, preguntándote si alguna vez volverás a ser tú misma, tu autoestima recibe un buen mazazo. Y no es fácil de sobrellevar.


De repente, tienes que conjugar dos facetas completamente en lucha: necesitas ser un referente moral, una figura de autoridad y cariño y por otra parte no perder tu esencia, aquello que te hacía ser tú. Porque toda maternidad acarrea una suerte de metamorfosis que puede devenir en una verdadera crisis de identidad. Es algo maravilloso, sí, pero también duro y triste en ocasiones.

De eso habla, de algún modo, Tully. Tully es la niñera que sueña toda madre (si pudiéramos permitírnosla) y que consigue que Charlize Theron se permita recuperar la ilusión, descansar, disfrutar de pequeños placeres diarios y volver a encontrarse.

Yo llevo cinco años de maternidad en los que he llorado y dudado mucho. También he sentido la felicidad plena, claro, pero he debido sacrificar demasiado tanto en la vida personal (ser madre soltera limita sobremanera tu libertad para seguir creciendo, aprendiendo, amando, compartiendo...) como en la profesional (me he visto obligada a renunciar al trabajo de mis sueños, que ejercía con pasión y de manera efectiva, para poder atender a mi hijo). Lamentablemente, pocos entienden realmente lo que supone la crianza de un hijo, el arraigo familiar que crea. Las cosas a las que una debe renunciar para cuidarle como necesita y merece. Como me dijo mi amiga Adela una vez: "Si todos los adultos nos acordáramos que fuimos niños, personitas indefensas y dependientes, el mundo sería mejor". 





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