lunes, 14 de febrero de 2011

EL PRINCIPIO

EL CHICO EPILÉPTICO

Ray se acercó a los raíles. Se subió a una de las vías e intentó hacer equilibrios apoyado en una sola pierna. Parecía un espantapájaros. Se rió de sí mismo, de lo ridículo que podía parecer ahí de pie, perdiendo el tiempo con sus equilibrios; perdiendo el tiempo, que es lo que le reprochaba siempre su padre.

A él le parecía que esos mismos equilibrios en la vía del tren se asemejaban a su propia vida.

A él le parecía que esos mismos equilibrios los hacía su padre con la vida: siempre mantenerse en pie, no dejarse caer ni de un lado ni del otro; aguantar, aunque fuera frágilmente.

Ann le observaba sentada en el banco de la estación desierta. Al ver al chico reírse, se rió también.

―Y tú, ¿de qué te ríes? ―dijo el chaval.

Ann no respondió, porque no era muy lista, y tampoco sabía muy bien de qué reía.

―¿Sabes? ―prosiguió Ray―, así como estoy, como suspendido en el aire, es como mejor veo todo.

Ray siguió encaramado a los raíles. Así como estaba, suspendido en el aire, es como se sentía la mayoría de las veces: titubeante. Con un padre cuya fragilidad también daba tumbos y una madre ausente, Ray se había acostumbrado a ir por la vida de puntillas y con los brazos extendidos en forma de cruz, para conservar el equilibrio.

Ann se levantó y se subió al asiento del banco. Puso un pie en la parte superior del respaldo, y después el otro pie, y se quedó inmóvil. Su técnica era perfecta. No vacilaba.

Ray saltó del raíl y se dirigió hacia ella. Se subió de un salto al banco e intentó hacer lo que Ann, pero no conseguía mantener el equilibrio. Finalmente, cayó hacia delante y, haciendo aspavientos con los brazos, tiró a Ann, que cayó al suelo junto a él.

Ann estuvo a punto de echarse a llorar del susto, pero Ray, de repente, la abrazó riéndose como un niño y la besó. No era la primera vez que la besaba, y aunque a Ann la besaban también casi todos en el pueblo, porque Ann no era muy lista, aceptaba los besos de Ray con los ojos abiertos y el corazón encogido.

Ray la miró y se acercó tanto a ella que se quedó bizca.

Ray se echó a reír de nuevo.

Ann se echó a reír, y frotó su nariz contra la del muchacho.

Ray frotó su cuerpo contra el de ella y empezó a subirle el vestido. Ann también sabía a qué llevaba eso: tampoco era la primera vez que un hombre le subía las faldas. Pero sí era la primera vez para Ray. Así que, la diferencia, es que cuando Ray acabó (rápido, como todos los demás), se quedó tendido encima de ella, abrazándola, con los pantalones aún por encima de las rodillas y las botas puestas. Ann sintió tanta extrañeza que se echó a reír como la tonta que era y Ray… Ray cerró los ojos y le atusó el pelo.

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